Tengo una casa que me tiene atrapada, es una suerte de simbiosis. Cuando era niña no era consciente de su naturaleza orgánica, sólo jugaba y me dejaba llevar por su misterio, no profundizaba en el porqué de su atracción visceral, entendía que su ambiente, que el aire que se respiraba, que las historias que me sugería, eran fruto de otra época, pero mi pensamiento no iba más allá, se quedaba ahí, disfrutando de lo que veía, de lo que vagamente intuía, y de las anécdotas que me contaba mi abuelo, personaje decimonónico donde los haya, o mejor dicho, donde los hubiera. Mi abuelo. Narrador impenitente. Me hablaba entre otras muchas cosas del fundador de la casa, 5 generaciones anteriores a mí, me enseñaba su retrato de caballero engalanado, tamaño real, pronunciando su nombre varias veces en la pretensión de que yo lo retuviese; me decía: El fundador (y señalaba el cuadro) Manuel Antero Yánez Rivadeneira, y enumeraba sus cargos y honores: Regidor perpetuo de la villa, recaudador de las rentas del tabaco para la Casa Real, apoderado general de la Orden de Malta, Caballero Cubierto Ante El Rey, y demás honores añejudos. He de reconocer que a mí todo eso me dejaba bastante fría, lo que me atraía era la presencia allí retratada, aquel señor tan tieso y patilludo que me resultaba chulesco.
El Pazo había sido construido por orden de Antero a finales del siglo XVIII, recibiendo los últimos toques en su decoración recién entrado el siglo XIX.
Al ir haciéndome mayor fui capaz de situar todo ello en el período Ilustrado y comprendí el porqué de su decoración, que resultaba extraña por comparación con otros pazos, era el neoclasicismo. Desentrañé el porqué de tanta mirilla: hacer posible el control de cada una de sus estancias (en una época convulsa), sistema de seguridad precedente de las cámaras de circuito cerrado (pienso ahora); fui consciente también de su razonable y a la vez engañosa distribución arquitectónica. Los restos de pinturas al temple de gusto neoclásico, que decoran las paredes, fueron mostrándome su simbolismo (quizá real o puede que fruto de mi imaginación). Una interpretación lleva a otra, es una gran red, un continuo especular, los referentes pueden ser infinitos, es cierto que depende de la imaginación del que mira, del que interpreta, pero es innegable que tanta profusión de detalles hacen de mi casa un catálogo de misterios. A mí personalmente me abre puertas a otros espacios, y de una manera real, tangible, las puertas que físicamente existen comunican todo el pazo de forma tan racional que traspasan paradójicamente ese límite de lo físico, y se convierte para el paseante novato en laberinto. Y en ese paseo mío por los años, en ese ir y venir por sus pasillos, salas, escaleras, rincones… en mi detenerme ante mirillas (por donde los trabucos asomaban estratégicamente con el fin de alcanzar a bocajarro zonas vitales, que decía mi abuelo), el contemplar cómo las luces son sombras y las sombras luces en un engañoso malabarismo, sus pinturas, de alegre frivolidad, cuajadas de significado, encontré esa «naturaleza» cambiante y trapacera que me engulló como algo vivo, orgánico, como decía más arriba.
Sé que soy parte de esta casa, ella respira, late en la medida que yo hago lo mismo, vive en cierta manera a mis expensas. No sé de qué forma, o sí lo sé: me acopló a su engranaje. Sé que es una tramposa; fue construida así con toda premeditación, en plena era de la Razón Ilustrada, no pudo, ni ella, ni su fundador (liberal, cautivado por la enciclopedia…) constreñirse ni soportar tanta «Razón», y jugó al artificio, al engaño de las apariencias y detenido el tiempo entre sus paredes, el aire, la luz… lo que se nombraría como atmósfera es una trampa para mis sentimientos y sentidos. Estoy engatusada por su presencia viva que percibo en mi médula como algo que respira, con aliento un tanto diabólico, pero de diablillo guasón. Me cansa a días, a temporadas, su exigencia despótica, me entristece su deterioro (la Administración se desentiende, por ser un bien privado, así lo entienden ellos, la cultura no da votos, eso dicen). Mi familia y yo luchamos desde una posición precaria con armas de sentimiento. Es una lucha humanizadora que enriquece pero desgasta.
Vivo dentro de un caleidoscopio, todo es cambiante, nada permanece igual de un instante a otro, como en cualquier lugar, pero en este caso todo ayuda a que lo sea en grado superlativo.
La decadencia hace del pazo un espacio romántico (cromático, orgánico, lunar, ruinoso, enigmático, hay también un no sé qué de necritud, que no negritud) época a la que pertenece, ese decadentismo es también el mío propio, y barajo ilusiones en un tiempo dentro de este otro actual de tecnología y tendencias de cárnica sustancialidad, todo cabe.
Hay días, cuando estoy agotada, cansada de lograr poco, de sustentar con mi espalda, de apuntalar con cariño para que no se venga del todo abajo, que me digo: no merece la pena. Pero sin previo aviso, la casa me zarandea porque una luz traspasa dorada una esquina y un nuevo detalle surge ante mis sentidos y entro sin proponérmelo y sin sustancias exógenas en un estado lisérgico y accedo a otro plano de la realidad y voy pasando fases y ganando bonus. Y atrapada ya en esa simbiosis de la que antes hablaba, no quiero ni puedo salir de esa conjunción (entre otras copulativa) y mis venas son también su laberinto, y mi mente es esa caracola arquitectónica y mis ojos adquieren perspectiva de artilugio caleidoscópico. Y la telaraña, la red, la caracola, el laberinto y su artificio, en mi sistema operativo.
Todo cojea, de puro viejo. Su renqueante estar es mi renqueante vivir.
Atemporalidad. Los relojes que abundan no funcionan, es un tiempo real en un tiempo ya ido, que no deja en ningún momento de ser este mismo, no existe ni andamiaje ni estructura que sustente el tiempo, por tanto, puedo hablar impunemente de un relativismo temporal. Estoy aquí, en un espacio, que formulado matemáticamente es el mismo que siempre fue.
Volviendo a lo que se entiende por realidad y fuera de abstracciones, he de contar que hay desde hace unos años un reloj actual, éste sí funciona, es curioso: mi madre le da cuerda regularmente,sin embargo no se molesta en ponerlo en hora, sólo le interesa escuchar su tic-tac, sin importarle la hora que marque. Cada cual con sus manías.
Aquí me encontraréis, en la casa, imbuida en esta realidad de juego, apariencia y artificio, entre trances lisérgicos, oyendo cómo respira, late, cruje, cómo fluye la sangre por sus venas que enraízan con las mías…
Sed bienvenidos.